miércoles, 25 de mayo de 2011

Barreras estructurales de acceso y universidades de alta selectividad


La situación de desigualdad evidenciada en el sistema de educación superior tiene gran parte de su fundamento en barreras estructurales de acceso, donde  la Prueba de Selección Universitaria (PSU) se constituye como una de las más relevantes: en general, la proporción de estudiantes de establecimientos municipales que se matricula en instituciones universitarias es muy baja en comparación a los privados (ver gráfico 2), lo que se asocia al mal rendimiento que los primeros tienen en la PSU, rendimiento que sería aún peor si se descontaran del total a los liceos “emblemáticos”.

Lo anterior  se vuelve relevante cuando se constata que la PSU, como mecanismo de ingreso, contribuye a segmentar el ingreso a la universidad en relación al origen socioeconómico o tramo de ingreso de los estudiantes. En efecto, estadísticamente, se evidencia que existe una alta probabilidad de que los alumnos egresados de colegios municipales que presentan ciertos antecedentes familiares específicos, como bajos ingresos familiares y bajo nivel educacional de los padres, no logren ingresar a la universidad; en palabras de Manzi,  “…las posibilidades de obtener puntajes superiores a una unidad de desviación estándar son cuatro veces mayores en hijos de padres con educación universitaria que en hijos de padres con formación primaria. Incluso se aprecia que cuando los padres poseen educación secundaria las posibilidades de ingreso a las universidades de sus hijos no son marcadamente mayores que cuando los padres sólo tienen educación básica” (en Díaz-Romero, op. cit.:191). De este modo, se puede afirmar que las barreras de ingreso se relacionan directamente con las características de origen de los estudiantes, produciéndose de esta manera un ingreso segmentado –estratificado- a las universidades.

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Otras barreras son las exigencias económicas que acompañan el hecho de matricularse, pagar los aranceles de las universidades e incluso el hecho de acceder a programas de preparación (preuniversitarios). El resultado final, es que la expansión de la matrícula en la educación superior se ha enfocado en el quintil  con mayores ingresos. Si se observa la distribución de las matriculas de universitarias diferenciando privadas y del Consejo de Rectores según quintiles (Gráfico 3), se puede concluir que la expansión controlada por privados es la que más ha beneficiado a los sectores de mayores recursos.

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Pero hay otro tipo de segmentación digna de ser considerada, más allá de la evidente respecto a quiénes logran ingresar mayoritariamente al sistema y quiénes son mayoritariamente excluidos de él, pues también se puede observar una segmentación en cuanto a la institución educacional que se accede. En el caso de las universidades, ello dependerá del nivel de selectividad.

José Joaquín Brunner (2007) propone que esta selectividad se puede entender a partir de la diferenciación social entre instituciones, la cual se efectúa en términos de sus diferencias de prestigio: las universidades de mayor e intermedia selectividad buscan controlar la expansión de su matrícula a través de mecanismos de cierre tales como la definición de altos puntajes de corte. Por su parte, las instituciones de baja selectividad, al no estar en pie para rechazar a postulantes, asumen estrategias de búsqueda de la demanda (abrir nuevos programas, sedes, etc.). En este mismo sentido es que se genera una  diferenciación social entre estudiantes, la cual en primer lugar se realiza según si se accede o no a los estudios universitarios, y en segundo lugar según el nivel de prestigio y calidad de la institución a la que se ha ingresado: la diferenciación se produce a partir de una competencia por oportunidades escasas y distribuidas jerárquicamente para acceder a los beneficios sociales asociados al prestigio de los certificados expedidos por las universidades.

Todos estos datos permiten sugerir algunas conclusiones. En primer lugar, la universidad en Chile no funciona como instrumento de movilidad social salvo excepciones, pues la mayoría de sus matriculados son de sectores socioeconómicos favorecidos previamente; y en segundo lugar, si a esto se agrega que la PSU favorece con sus puntajes a estudiantes de colegios privados, la segmentación de las universidades según su calidad y/o prestigio profundiza este fenómeno, ya que los quintiles más bajos que logren superar la brecha ingresarán principalmente a instituciones que otorgan credenciales con bajo valor de cambio y menores expectativas de ingreso (OCDE, 2004: 229-233). Así las cosas, todas las clases estratos están inmersos en un sistema que  tiende a  reproducir su situación social de origen, y esto independientemente del mérito que tengan sus miembros pues las barreras de entrada condicionan ese mérito. Con estos datos, se pueden desmontar de un plumazo dos mitos sobre el sistema universitario en Chile: no está diseñado para lograr una sociedad con más movilidad, ni mucho menos está basado en la meritocracia.

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Fuente: OPECH

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